14 octobre 2014

Venatoria


HAY que tener el alma enferma para matar a sangre fría a un animal por lance o juego, y se ha de ser además bastante tonto si el animal es inofensivo. Esto explicaría acaso que la venatoria se quiera hacer con dinero robado, ya que no suele haber tonto que no esté convencido de ser lo bastante listo como para no robar impunemente.

10 commentaires:

  1. “Todos los tontos están convencidos de ser tan listos que siempre podrán robar impunemente”. También parece tener sentido la última frase sin ningún “no”: todos ellos para tan repugnante cazador.

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  2. Ésa es la palabra clave: Impunidad. En parte pueden sentirse estafados, pues se les había hecho creer que no pasaba nada, que podían hartarse de trincar sin ningún miedo, sin temor a ninguna consecuencia ni sanción. Y de pronto resulta que no.

    Sin ese clima de impunidad, no habría habido urdangarines, ni bárcenas, ni gúrteles, ni EREs de Andalucía...

    ¿Y por qué ese clima de impunidad? Pues por un pacto de silencio entre los poderes y los medios de comunicación, que no investigaban ni publicaban escándalos económicos para no comprometer sus intereses empresariales, dependientes éstos de los políticos de turno. (Esto es muy claro en el caso de Prisa, que antes de la crisis tenía muchísimos medios y profesionales para investigar y sin embargo no los puso en juego, sino que en cuestión de escándalos siempre ha ido a remolque).

    Todo este estatus ha saltado en pedazos gracias a Internet, que ha fomentado una verdadera libertad de expresión e información.

    Así que ahora los poderosos están descolocados, pues no esperaban este movimiento.

    La historia de la humanidad, al igual que otrora se dividió en antes y después de Cristo, pronto (y para bien) se dividirá en dos períodos: antes y después de Internet.

    (Sandra Suárez)

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  3. « La basura moral de las fotografías de Miguel Blesa, su inmundicia cívica, nos salpica la cara con su aborrecible actualidad. Todo es detestable en estas imágenes, como en las informaciones indignantes de sus gastos con tarjetas opacas, de un modo tan grotesco que lo haría inverosímil para el novelista. Todo personaje ha de tener matices soterrados, y más aún los oscuros: ciertas grietas de luz entre las sombras, un atisbo de humanidad para resaltar el contraste. Si hacemos una valoración novelística de Blesa, como posibilidad de un personaje, a partir de estas fotografías, su zafiedad resulta tan grotesca que apenas deja huecos para el artificio literario. De Miguel Blesa, como directivo bancario, sabíamos suficiente para encumbrarlo ―presuntamente, al menos― a cualquier panteón execrable: presidente de Caja Madrid entre 1996 y 2009, desde 2013 está siendo investigado por irregularidades como la concesión de créditos al Grupo Marsans o la compra del City National Bank of Florida en 2008; pero, especialmente, la venta masiva de acciones preferentes con la que se ha estafado a miles de ahorradores.

    » Mientras tanto, funcionaban las tarjetas opacas de Caja Madrid, con las que Miguel Blesa gastó nada menos que 436.700 euros ―más de 70 millones de pesetas―, a una media de 54.600 anuales, con miles de euros despilfarrados en tiendas de vino y cavas, tiendas de ropa de marca, restaurantes de lujo y, por supuesto, safaris en África y cacerías por Europa. Nunca he tenido tan clara la bazofia moral que representan actitudes como esta de Miguel Blesa como al verlo posar con sus animales abatidos. Todo tiene sus matices y la escala evolutiva, por desgracia, parece diseñada al servicio del hombre; pero también el hombre debiera de entender la enormidad de la creación, la singularidad de su grandeza asumida como totalidad en que hospedarnos, en el sitio de paso común, con su naturaleza salvaje y su propia realeza, esa grandiosidad de las grandes criaturas, que también nos hermanan en la respiración compartida del mundo.

    » A Miguel Blesa, además de lanzar a sus clientes unas opciones preferentes que les arrancaban tramposamente sus ahorros, mientras él se gastaba 436.700 euros en dinero opaco, sin declarar a Hacienda, también le gusta cazar. Ha posado con varias de sus piezas: un beatífico hipopótamo, con ese pacifismo herbívoro y pausado junto a un río, un majestuoso león en Tanzania, un antílope en Namibia, varias crías de todas estas especies y, además, un portentoso ñu, una cebra, un espléndido oso en Rumanía. ¿Qué personaje siente placer descargando su rifle sobre una cebra, sobre un oso que duerme su paz de hibernación en un bosque rumano? ¿Quién encuentra gozo en descargar toda la cartuchera contra el lomo pleno y muscular de un león, batido bajo el sol de la oscura sabana, porque la cacería fue nocturna? Viendo a Miguel Blesa en todas estas fotos, la ufanidad ―tan abatida como los animales― de su satisfacción, pienso que el personaje, como posible activo novelesco, no vale ni un centímetro cuadrado de la piel de cualquiera de sus piezas. Posa como si tuviera a sus pies, además de los cuerpos inertes de estas bestias magníficas, a sus propios ahorradores: con el rifle en la mano, apoyado en la tierra, vestido con un chaleco que quizá le ha dado, interiormente, una vaga impresión de gran cazador blanco, a la manera de Denys Finch Hatton, pero nada más lejos; porque en estas estampas cazadoras de Miguel Blesa, toda pretensión de heroicidad se muestra como lo que es: la cobardía de quien dispara sobre la presa colocada adrede, algo así como el tipo que se crece golpeando el estómago de quien ha sido inmovilizado por otros. Así ha cazado él: en Africa, en Rumanía y en Caja Madrid.

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  4. » En “Cazador blanco, corazón negro” , la película de Clint Eastwood basada en la novela de Peter Viertel, un personaje inspirado en el director John Huston se obsesiona con cazar un elefante mientras prepara el rodaje de “La reina de Africa”. Al final lo encuentra y lo encañona. Entonces comprende que tiene frente a él toda la eternidad de la creación, porque la auténtica grandeza está en el elefante, y no en él. Las fotografías de Blesa, junto a la nobleza arrasada de todos estos animales, son el testimonio más veraz de la degradación de estos últimos años, con su escombrera moral. Así ha cazado él: en Africa, en Rumanía y en Caja Madrid. »

    DIARIO CÓRDOBA, 13/10/2014.
    Joaquín Pérez Azaústre, “CAZADOR MIGUEL BLESA”.

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  5. Sí, al menos el Campechano abatía piezas más peligrosas: conocido es el letal pisotón del elefante africano.
    Ambos personajes, el banquero cursi y el millonario of de record, forman parte del puzzle que nos define, ante el mundo y ante nuestra propia conciencia de pueblo de coraje perdido: se ve que lo agotamos todo en la derrama del 2 de Mayo.

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    1. Lo peor fue que el Campechano se convirtió durante no pocos años en referente de cierta juventud: éxito rápido, ambición ilimitada, inteligencia privilegiada, pasta gansa. Este imbécil de ahora, antipático y hortera, produce lástima humana a propios y extraños. Al menos nos queda ese consuelo.

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    2. Me refería al otro gran depredador de hace unos años, preocupado en resultar campechano, llamado Mario Conde.

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  6. Si Blesa y adláteres hubieran sido los únicos sinvergüenzas la noticia tendría mucho menos importancia, en medio de todo no causa sorpresa descubrir sus desmanes porque, como en bolsa, su codicia ya estaba en buena medida descontada. Lo decepcionante es que ese grupo viscoso encabezado por Alibabá supone la quinta parte de todos los saqueadores de Caja Madrid, la quinta parte si recordamos que junto a peperos trincaron sociatas, izquierdistas, ugetistas y comisionados. Buenos y malos desvalijando al alimón preocupa y deprime a los que sentimos por todos ellos la misma alergia, convencidos mientras tanto de que si finamente purgan será de forma anecdótica, como corresponde a un país esencialmente corrupto y proclive a admirar al pillo.

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  7. El problema de Caja Madrid fue la falta de control sobre los ladrones de derechas que lo dirigían. Si hubieran estado vigilando -desde el consejo de administración, por ejemplo- gentes de partidos de izquierdas (IU o PSOE) o de sindicatos (UGT o CCOO), otro gallo nos hubiera cantado. O mejor, otra urraca: la urraca ladrona.

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  8. Hombre, Blesa por lo que vamos sabiendo de él no parece precisamente digno de elogio, pero Delibes también cazaba, pongo por caso, aunque desde luego, no cree uno que se fotografiara sonriendo gilipollescamente junto a sus piezas. David Fdez.

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