31 décembre 2018

¿Dónde está la batalla?

A STENDHAL debemos el enunciado del síndrome que lleva su nombre (el de la voracidad del turista que no quiere dejar nada por visitar y ver), y a uno de sus personajes, Fabrizio del Dongo, el que lleva el nombre de este, quien, como es sabido, estuvo en Waterloo y se pasó toda la jornada preguntando a unos y otros dónde estaba teniendo lugar la batalla, pues no le parecía a él, declarado bonapartista, que aquello fuera una batalla napoleónica como se la había imaginado.

Usted, yo y millones de personas nos preguntamos a diario, como Fabrizio, dónde está la batalla que el mundo libra en este momento contra sí mismo. No hace ni siquiera veinte años que llevamos usando el correo electrónico y lo que le ha seguido, wsapp, facebook y demás. Estos adelantos están a punto de mandar al paro a miles de trabajadores de Correos, al igual que las trabas en el uso de los combustibles fósiles, y su encarecimiento, amenazan con colapsar el transporte de mercancías mundial, uno de los pilares del crecimiento económico (y del transporte de personas no hablamos, para no complicar más las conjeturas). A cuento de ello se han desatado en Francia y Bélgica violentísimas huelgas, capitaneadas por los descamisados contemporáneos, “los chalecos amarillos”, dispuestos a arrasar el sistema si no se les garantizan a un tiempo sus salarios y el derecho a prosperar. Y estas son sólo dos de las escaramuzas que están teniendo lugar, entre miles (éxodos y migraciones, volatidad de los mercados financieros, sobreexplotación de los recursos, resurgimiento de los totalitarismos con nombres tuneados, populismos y nacionalismos). Si supiéramos cuál es el centro de la batalla, acaso podríamos poner en ella toda nuestra atención e inclinar la balanza del lado bueno. Sin embargo, no sabemos dónde está, y por cuál de todas las fronteras que nos cercan vendrá el bárbaro. 

En toda gran crisis hay quien, no obstante, espera mucho de la reserva humana, de aquellos que sabrán mantener la antorcha de los principios ilustrados. Pero resulta que a la mayor parte de esta reserva, transformada en horda turística, también le ha atacado con furia el otro síndrome, el de Stendhal, y está dando vueltas al globo terráqueo queriendo verlo y visitarlo todo, en lugares y destinos turísticos donde no se le ha perdido absolutamente nada.

    (Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 30 de diciembre de 2019)

16 décembre 2018

Gato republicano, gato monárquico

HACE unas semanas el Real Instituto Elcano publicaba una encuesta sobre la aceptación de España por parte de otros países de nuestro entorno. Acaso el resultado más interesante fuese este: “el 78% de los portugueses cree que ambos países, Portugal y España, deberían avanzar de alguna forma hacia una unión política ibérica común”. Es, a todas luces, una cifra abultada, que ha de hacernos pensar. Desde esta misma página se ha defendido otras veces un anhelo semejante. Fue Bergamín al que primero le oímos la idea: en la separación, en tiempos del rey Felipe  IV, Portugal se llevó consigo toda la tristeza, dejándole a España su cacareada alegría, a menudo ruidosa e insufrible. Urgía, en opinión del poeta, y en beneficio de nuestras naciones, una reunificación que restableciera el armónico equilibrio entre ambas.

Sobre ser muchas las ventajas (los nacionalistas del movimiento Sólo León –¿o es León Solo?, nunca me aclaro–, tendrían al fin una salida al mar por la que vienen piando luengos siglos), no pueden obviarse algunos escollos. El primero, y no pequeño: España es un reino, Portugal, una república. Hoy parece que crece el número de quienes creen que ambas formas de organización del Estado son inmiscibles, aunque puedan ambas tener sus propias bondades, como el café y el té, que por separado son estupendos, pero que no admiten mezcla. 

¿O sí? Kant ponía al frente de la república ideada por él, justa, serena e ilustrada, a un príncipe, y sin salir de nuestro país somos muchos los republicanos que creemos que los valores de la ilustración, y por tanto los valores republicanos, están hoy mejor defendidos por Felipe VI que por aquellos  republicanos que tienen en mente no a Estados Unidos, Francia o Alemania,  repúblicas ejemplares, sino a Venezuela o Cuba, bananalandias en las que los célebres tres principios (libertad, igualdad y solidaridad) brillan por su ausencia. No iría con los defensores de estas repúblicas ni a la vuelta de la esquina, como suele decirse, y sí con los monárquicos demócratas ingleses, suecos o dinamarqueses. Como antiguo maoísta, a mí me da lo mismo cómo llamar al régimen en el que vivo, si garantiza y defiende mi libertad y la igualdad de los ciudadanos. Me da igual que el gato sea blanco o negro, si caza ratones.

   [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 16 de diciembre de 2016]

13 décembre 2018

Puro Galdós. Miércoles de misericordia. Hoy jueves

LAS mejores obras son fruto del silencio y del tiempo. A lo largo de siete años Rafael salió muchas noches con su cámara de fotos por las calles de Madrid. Lo que trajo de ellas es este trabajo único, original cuanto más clásico, clásico cuanto más romántico, bellísimo cuanto más poético y melancólico. Más allá de la realidad, sin renunciar a ella. Puro Galdós.
Hoy, jueves 13, se dan a conocer al fin las fotos y el libro que las recoge. Las primeras, en el montaje más acertado que cabría imaginar, sencillo y reflexivo, de Ana Cubas. Las fotos, en un libro de autor, su primer libro, no menos discreto y sobrio, con prólogo meditativo y  generoso de Elvira Lindo. Como todo libro de verdadera poesía, es del tamaño de la inmensa noche, de la pequeña luna que tutela nuestros pasos por ella.



12 décembre 2018

Otra modernidad

ESTA tarde (miércoles 12), a las siete, en la librería Alberti. Presentación de Otra modernidad de Miriam Moreno Aguirre, sus estudios sobre Ramón Gaya. El libro sobre Ramón Gaya.


10 décembre 2018

La maldita almendra (y 2)

REBOBINEMOS: la autoridad municipal restringirá el tráfico rodado por el centro de Madrid, en la famosa almendra, de modo que sólo puedan circular los residentes. La medida es copia de otras adoptadas en algunas metrópolis europeas y, supongo, se copiará en algunas ciudades de provincia. Como es natural, apenas anunciada, han empezado ya a oírse las primeras opiniones contrarias. Una de las más tontas es aducir que atenta contra la libertad de los ciudadanos. Es verdad. ¿Y? Sucedió cuando se prohibió fumar en los espacios públicos cerrados. La libertad de los fumadores se vio recortada, en efecto, en ese caso en favor de la libertad de una mayoría a la que no se podía imponer el humo de tabaco. La autoridad  municipal ha decidido ahora mantener limpio de emanaciones carbónicas el aire que se respira en la famosa almendra. 

En principio, bien: menos ruido, menos octanos, menos nervios. Tendrá para los que vivimos en el centro algunas desventajas (a nuestros hijos les costará más venir a visitarnos) y, es posible, algunas ventajas (acaso podamos dejar de nuevo en la calle nuestro coche, ahorrándonos el parquin). Pero el problema en el fondo no es ese, sino en lo que estamos convirtiendo el centro histórico de nuestras ciudades, el de Madrid desde luego: el imperio de la hostelería (bares, restoranes, hoteles y hospedajes clandestinos y espontáneos, que han acabado por desalojar al vecindario y al comercio tradicionales) y el imperio del comercio basura para turistas (que vienen a comprar a dos mil kilómetros lo que encontrarían sin salir de casa). 

Se limitarán los coches en los centros históricos de las ciudades, pero al tiempo la gentrificación los está llenando de bicis, patinetes, buses turísticos y masas que arrastran ruidosamente sus maletas y troles por las aceras, haciendo de esos centros algo igualmente ruidoso, desagradable, deprimente. Los coches nos contaminaban los pulmones, las multitudes nos contaminan el alma. Adiós a los tiempos en que el centro de las ciudades era silencioso, poético, tranquilo. Adiós a los tiempos en que se dejaba en paz la maldita almendra y algunos (Giner de los Ríos) podían ser pobres, refinados y distinguidos, sin tener que recurrir a Larra y a los consiguientes artículos de costumbres.

   [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 9 de diciembre de 2018]

2 décembre 2018

La maldita almendra (1)

CUANDO escribo estas líneas no sabe uno si nuestros hijos, que viven extramuros, quiero decir fuera de “la almendra” que la siempre cursi autoridad municipal ha dibujado sobre el plano de Madrid, podrán venir a visitarnos en sus coches o tendrán que hacerlo en patinete. De la noche a la mañana Madrid se ha llenado de patinetes. Le dan a la ciudad un aspecto bastante cómico y futurista, con todas esas gentes tiesas como estacas driblando o atropellando peatones a gran velocidad. Recuerdan un poco a Jacques Tati. Pero el aspecto de las cosas da un poco igual en este caso. Me refería únicamente al hecho de que en muy pocos meses es probable que Madrid cambie de forma radical su morfología y, como consecuencia, también el comportamiento y hábitos de sus vecinos.

Detesta uno los artículos municipales, los escriba Larra o Mesonero, Répide o Umbral. No conducen más que a unas  nostalgias de manivela. Vivimos desde hace cuarenta años en el centro de la ciudad. En los bajos de nuestra casa hubo un tugurio en el que se vendió la primera heroína de Madrid y en nuestra calle no eran infrecuentes las balaceras de madrugada. Los chaperos que hacían la esquina no ganaban los pobres para sustos. Desaparecieron los gánsteres al mismo tiempo que la panadería, la lechería, la mercería, los ultramarinos y una taberna que daba de comer a los obreros y empleados modestos que trabajaban por la zona. El barrio fue llenándose de tiendas y restoranes caros, las inmobiliarias empezaron a comprar las casas antiguas y vaciarlas y donde había ocho viviendas se las ingeniaron para sacar cuarenta apartamentos de lujo, por suerte comprados o alquilados de inmediato en su mayoría por pijos, quiero decir que el número de sobresaltos y delincuentes ha disminuido, cosa que agradecemos a una gays y vecinos. No obstante, aparcar en la calle se ha convertido en una tortura diaria, por lo que los negocios de parquins han subido como la espuma. Lo vecinos nos hemos visto obligados a contratar una plaza fija (300 €) o a perder dos horas diarias dando vueltas a la manzana, y desquiciarnos durante otras dos o tres. La autoridad municipal, driblando y atropellando los derechos de muchos, asegura ahora que arreglará de una tacada muchos problemas derivados del tráfico. ¿Lo hará? Hablemos ahora de la maldita almendra. (Continuará)

        [ Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 2 de diciembre de 2018

25 novembre 2018

En torno a Max Estrella

ES una de las réplicas más célebres del teatro  español. Cuando el sainete estaba de capa caída y ni López Silva ni Carlos Arniches lograban resucitarlo, Valle-Inclán escribió Luces de bohemia.  Es al género del sainete lo que el Quijote a las novelas de caballería: una sátira, pero también  su genial culminación. Rubén [Darío], Don Latino y Max Estrella conversan. Se habla de la muerte, “la Dama de luto”, y el poeta ataja: “¡No hablemos de ella!”. Estrella se viene arriba, y replica: “¡Tú la temes, y yo la cortejo! ¡Rubén, te llevaré el mensaje que te plazca darme para la otra ribera de la Estigia! Vengo aquí para estrecharte por última vez la mano, guiado por el ilustre camello Don Latino de Hispalis. ¡Un hombre que desprecia tu poesía, como si fuese Académico!”. La réplica de don Latino es fulminante: “¡Querido Max, no te pongas estupendo!”.

Cada día se nos hace testigos de frases más gallardas. Ni la vida municipal, tradicionalmente ordenancista y gris, está libre de ellas: “El ayuntamiento de Barcelona pide  por mayoría abolir la monarquía”, hemos sabido. Cualquier republicano sabe también, incluso los amantes de las grandes frases,  que  la monarquía no se abolirá en España porque se acuerde en un pleno de alguaciles y regidores y que abolirla  pasa por suspender la Constitución, pero hemos llegado a un punto en que, como Max Estrella, no podemos evitar venirnos arriba, gustarnos en las chicuelinas, y subir de punto el tono, el arabesco, la retórica. Y así, antes de darnos cuenta, nos encontramos en el “disparadero español”, frases van, frases vienen. Lo decía un hombre, José Bergamín, que sabía que las palabras, y los brindis al sol propios de la lidia recreativa, las carga el diablo. 

La experiencia nos dice que a medida que se aproximan unas elecciones (da igual que sean generales o autonómicas, municipales o europeas) los políticos tienden a multiplicar los arranques de teatro, molinetes y demás. Nada que objetar mientras no abandonen el toreo de salón, incruento, o las polvorientas tablas del escenario. Son libres de hacerlo. Pero también es de agradecer que Valle-Inclán nos recuerde que lo que convierte al sainete, y a la política, en algo serio, es devolver a Max Estrella y demás espontáneos a la maravillosa realidad, iluminada por unas pobres candilejas.

    [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 25 de noviembre de 2018]

18 novembre 2018

Miriam Moreno Aguirre: Otra modernidad

HOY por hoy, el libro sobre Ramón Gaya. No me resulta difícil decir muchas cosas de él y de su autora. Y sí. Siempre cuesta abandonar la intimidad. Si hay un libro en el que se cumpla aquello de "lo que se sabe sentir, se sabe decir", es este. Y Miriam ha podido decirlo, porque antes ha estudiado a Ramón Gaya como pocas veces se había hecho: honda, minuciosa, humildemente (escrito desde la filosofía, su autora prefiere que se la considere más que filósofa, filofilósofa, al modo del personaje de Azorín). En algunos aspectos de la obra gayesca Miriam ha sido la primera en llegar (la relación de Gaya con el vitalismo de Bergson), en otros, la más esclarecedora (su relación, a través de don Manuel B. Cossío y las misiones pedagógicas, con el institucionismo de Giner y JRJ, y, claro, con la vida). Un trabajo este que les habría gustado leer a nuestros maestros, Giner, Cossío, JRJ., el propio Gaya. Porque todo en él habla de la vida, y del modo (ética) en que el arte (estética) ha de preservar la vida. Si algún crédito tiene uno, hazme caso, amigo, amiga de Ramón Gaya, y lee este libro. De principio a fin. No tiene desperdicio. Y aquellos que ni siquiera conozcan la obra de nuestro pintor (una de las cosas buenas que le pasaron a la distraída España del siglo XX, tan cerril a menudo, por decirlo con palabra que le gustaba a él), también. Miriam Moreno Aguirre habla de la esperanza: otra modernidad es posible. Es necesaria. Nos va en ello el arte, quiero decir la vida. Y todo dicho con suprema sencillez y naturalidad.

(Presentación en Madrid el 12 de diciembre, librería Alberti, 19:00. Intervendrán su editor Manuel Borrás, y Eloy Sánchez Rosillo, José Muñoz Millanes y Juan Manuel Bonet, así como la autora).



Premio Internacional de Crítica literaria "Amado Alonso" 2017

11 novembre 2018

Andrés Herzog

LAS encuestas cuajaban una de esas bonitas contradicciones que no entiende nadie: Andrés Herzog aparecía en ellas como el político mejor valorado (como también antes Rosa Díez), pero a su partido, en cambio, no iba a votarlo nadie. Las encuestas se cumplieron, Upyd sacó menos votos que el partido animalista y Herzog ni siquiera revalidó su acta de diputado, pero siguió personalmente, por pundonor, con alguno de los trabajos iniciados antes, entre ellos la querella contra Rato y los que hicieron uso de las tarjetas black, una de esas corruptelas en las que participaron con idéntica desvergüenza Pp, Psoe e Izquierda Unida, sin olvidar, claro, las guindas del pastel, Comisiones Obreras y Unión General de Trabajadores. Y naturalmente dejaron sola a Upyd en su querella.  Mirando TODOS (esta es una buena ocasión para usar las mayúsculas) a cualquier parte menos a las tarjetas black. 

Acaba de conocerse la sentencia: Rato y algunos más irán a presidio, en condenas que suman 106 años de cárcel. Cuando Herzog presentó la querella, algunos se lo desaconsejaron (le llamaron ¡oportunista!), aunque en realidad le amenazaron: pagaría por ello un alto precio. Es verdad, lograron que Upyd desapareciera del mapa y el propio Herzog dejó la política.

Es una lástima, porque Herzog ha sido el político más cabal, íntegro y discreto que haya tenido España estos últimos años. Un señor, en toda la extensión de esta palabra: inteligente y honesto, desinteresado y valiente (pedía en Madrid lo mismo que en el País Vasco, Navarra o Cataluña, la desaparición de privilegios tributarios o forales y la igualdad de las dos lenguas, por ejemplo; competencias estatales de Educación y Sanidad y el cambio de la ley electoral, así como estrechar los controles contra la corrupción). Herzog acaba de publicar un artículo , “Los miserables y las tarjetas black”. Búsquenlo en internet. En él se pregunta por qué nadie, ni políticos ni medios de comunicación, ha recordado ahora quién y por qué puso aquella querella. “Hipocresía social” lo llama: “El mismo miserable establishment que decidió colonizar las Cajas y repartirse sus consejos de administración, sigue muy vivo”, leemos allí. El mismo establishment que busca ahora cambiar algunas cosas, para que todo siga igual, que decía el Gatopardo.

     [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 11 de noviembre de 2018]

5 novembre 2018

Por fin tontos y malos

En diferentes ocasiones se ha vaticinado en esta página a lo largo de los años (en realidad se  ha invocado, no vamos a ser hipócritas) la autodestrucción del arte contemporáneo. Los revolucionarios franceses clásicos, los jacobinos, con Robespierre a la cabeza, cuando ya no encontraron a nadie a quien llevar a la guillotina, entregaron la suya propia al verdugo.  Algo parecido se vio en los procesos de Moscú, cuando algunos acusados exhortaban a Beria y compañía a que les aplicaran las penas más severas si con ellas salvaguardaban al Partido y La Unión Soviética. Por suerte para todos, no es infrecuente que a los más tontos y a los más malos (“el mal se autodestruye”) les den periódicos ataques de enajenación y acaben ejercitando la autofagia. Esto, qué duda cabe, clarea y desahoga mucho la vida social.

Nadie puede asegurar que el señor Bansky sea ni lo uno ni lo otro, ni tonto ni malo. Es únicamente artista, un célebre y anónimo grafitero británico que ha dejado muestras de su trabajo en todo el mundo y siempre con gran repercusión mediática. Sus obras han alcanzado mucha notoriedad, pero, pintadas en muros y paredes, no pueden venderse. Claro que Bansky ha hecho versiones portátiles de alguna de ellas. Una de estas, “Niña con globo”, se subastó en Sotheby’s y alcanzó (con tasas) casi el millón y medio de euros. Pero en el mismo momento en que el subastador remató la puja con la maza de madera, el cuadro, que llevaba incorporada, oculta, una trituradora igualmente portátil (un ingenioso mecanismo de cuchillas preparadas para convertir la tela en espaguetis), empezó a deslizarse bajo el marco y autodestruirse.

El propio artista, a través de un comunicado, citando a Bakunin (con frase que atribuyó a Picasso), explicó sus razones: “El impulso de destruir es también impulso creativo”. Lo gracioso es que la obra se destruyó... a medias. Yo he visto el vídeo: la mitad quedó intacta. En realidad se parece ya a un cuadro con flecos. Es decir, también como autodestrucción fue un fraude. La obra será a partir de ahora mucho más famosa... y mucho más cara. Porque esta es la cuestión, los malos y los tontos pueden autodestruirse, pero los artistas modernos siempre consiguen detenerse a tiempo, porque viven de sus clientes, que son precisamente... los tontos y los malos. 

    [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 4 de noviembre de 2018]

   

28 octobre 2018

Sforza, Taylor, estrellas

CAVALLI Sforza, que ha muerto casi centenario, demostró científicamente la falacia de agrupar a los individuos humanos por razones genéticas, desmontando por tanto el concepto de raza. A propósito de esa muerte escribió el filósofo Fernando Savater: “Las razas son agrupaciones superficialmente justificadas que a fin de cuentas dependen de la mirada –y a menudo las intenciones políticas– de quienes las acuñan, como las constelaciones astronómicas no son hallazgos científicos sino caprichosos inventos de los que pretenden ordenar las estrellas”. No se podría haber explicado mejor ni de un modo más poético: las razas, por diversas que parezcan, están sólo en nuestra cabeza, los individuos, como las estrellas, son únicos y al tiempo iguales, y la luz que emiten ilumina la vida de igual modo, independientemente de su composición y origen, quinqué, luna o farola de autopista, negro, blanco, amarillo. 

Por aquellos días también, en algún lugar de los Estados Unidos, un tal Taylor, de cuyo nombre no puedo acordarme (la noticia salió de la radio del coche), puso la justicia de su Estado patas arriba, tomando, sin saberlo, el atajo de Sforza: los jueces no aceptaron su declaración de que era negro, ya que a primera vista Taylor es blanco. ¿Y por qué quería el señor Taylor que se admita que es negro en un país en el que la mayor parte desearía disfrutar los privilegios y la consideración que se reserva únicamente a los blancos? Porque ese hombre, comerciante en una pequeña ciudad, quiere beneficiarse de las ayudas con que se favorece y estimula sólo a los comerciantes negros en aras de la igualdad racial. Las autoridades, que examinaron su solicitud, denegaron la ayuda en cuanto lo vieron, pero el hombre, que no tenía ascendentes negros conocidos en su familia, no se arredró y pagó de su bolsillo una prueba de adn que ha dado como resultado un 4% de genes específicos de la raza negra. En la radio no dijeron cómo habían obtenido ese porcentaje ni si era relevante, pero lo que Taylor ha venido a demostrar no es que él sea negro, sino que todos los negros son blancos en un 96%.

En España no hubiera hecho falta esa prueba de adn: las gotas de sangre semítica que corren por nuestras venas siguen dando su luz, como tantas estrellas muertas, cinco siglos después de la expulsión de moros y judíos.

  [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 28 de octubre de 2018]

14 octobre 2018

Del 3 al 8

POR los mismos días en que España asistía entre abochornada e incrédula al asunto de la tesis doctoral del presidente del gobierno, acusado de plagiario, y de la dimisión de su ministra de medicina, que gritaba su inocencia con un “!no todos somos iguales! ¡No todos somos iguales!” horas antes de ser descubierto su embuste, los periódicos publicaban esta noticia: “Los títulos académicos cada vez importan menos para encontrar empleo en Silicon Valley”. Vuelta del revés lo que se entiende en esta frase es esto: los títulos estorban en Sillicon Valley. Más aún, en ciencia, el saber a veces es un hándicap.

Hace años un amigo, físico de partículas, nos decía que la mayor parte de los grandes descubrimientos en su campo, desde Einstein hasta nuestros días, lo hacían físicos muy o relativamente jóvenes. Estos, a diferencia de colegas con más años, saber y experiencia, se adentraban por caminos inexplorados que la expriencia, el conocimiento y la edad desaconsejarían a cualquiera, y su audacia o temeridad era premiada a veces con el prodigioso eureka.

No obstante, hay que relativizarlo todo: la mayor parte de nosotros ponemos nuestra salud en manos de los médicos titulados y nuestros puentes en las de los ingenieros, y a pesar de todo muchos no logran curarse y algunos puentes se caen, desconfiamos de los curanderos. En letras, incluso en ciencias sociales  todo es diferente. De las dos personas más inteligentes que hemos tratado, una dejó la escuela a los diez años (el pintor Ramón Gaya) y otra ni siquiera creo que llegara a la universidad (Sánchez Ferlosio). 

Porque lo que nos revelan quienes amañan sus currrículos académicos para trepar en la vida no es su marrullería, que también, sino la desperación profunda de saberse íntimamente mediocres (y qué cómico fue que La Moncloa, o sea, el presidente, pasara su propia tesis por el softward de plagios como ese que se ha entrenado para engañar al detector de mentiras: ¿tenía él alguna duda de haber plagiado?), impotentes para ganar en buena lid a otros más capacitados. El único problema de convertir un tres en un ocho en la papeleta de las calificaciones escolares es que acaban desacreditando todos los ocho legítimos y bajan la media de la vida a tres. 

      [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 14 de octubre de 2018]

9 octobre 2018

De El Rastro

EL domingo pasado salieron estas dos cosas, en el Magazine de La Vanguardia y en El País.

Y a ellas se añade este fragmento del prólogo del libro y una foto tomada el domingo 30 de septiembre.

"(...) En el Rastro algunos saben que yo soy escritor, pero la mayoría no. Allí somos todos un poco legionarios, si es verdad lo que dice el himno ese que cantan, cuando desfilan detrás de la famosa cabra: «Nadie en el Tercio sabía / quién era aquel legionario / tan audaz y temerario / que en la Legión se alistó. / Nadie sabía su historia, / mas la Legión suponía / que un gran dolor le mordía / como un lobo el corazón». En el Rastro nadie pregunta mucho, ni de dónde vienen las cosas que se venden, ni para qué las quiere el que las compra, ni cuánto ha pagado por ellas, si acaso ha pagado algo y no las ha robado o escamoteado. En el Rastro las cosas se guardan para sí su historia, y raramente la cuentan.
Durante unos años se veían muchos legionarios viejos en el Rastro, vendiendo grifa, que subían del moro. Se les conocía por los tatuajes que llevaban, con las insignias del Tercio, y la gente les trataba con respeto, como a los soldados pobres de Flandes e Italia en la época de Cervantes. Hay una leyenda según la cual Cervantes venía a visitar, en el refugio de San Esteban, al lado de lo de las barras de hielo, a cinco soldados que quedaron lisiados como él en Lepanto. Estaba ese refugio en la calle de San Lorenzo, que pasó a llamarse la calle de los Cojos, detrás del matadero de abajo. Sí, en el Rastro, aunque no se hable mucho de ello, se ve que hay pobreza, dolor e historias por todas partes". 

Etc.

Legionario en el Rastro (30 de septiembre 2018)




7 octobre 2018

Hansel y Gretel

LILI y Howick, hermanos de 12 y 13 años, debían ser expulsados a Armenia por las autoridades holandesas, pero evitaron de momento esa extradición huyendo del hogar de acogida donde vivían. De origen armenio, su madre, Armina Hambartsjumian, llegó hace una década con ellos a Holanda, y allí pidió un asilo que finalmente le fue denegado, expulsándosela del país hace dos años. Los niños sólo hablan holandés y en todo caso no volverían con su madre, sino a un orfanato armenio, ya que su madre, aquejada de una enfermedad mental, ha sido declarada incapacitada para hacerse cargo de ellos. La huida de los chicos activó los protocolos rutinarios de la policía, que se lanzó en su persecución, pero en el momento en que escribo estas líneas no habían dado con ellos todavía. 

La literatura infantil abunda en estos relatos terroríficos: niños abandonados, robados, cautivos, vagabundos, Hansel y Gretel, Garbancito, Pinocho, desde Hamelin a Sicilia. Niños que  han sido arrancados de su entorno familiar contra su voluntad y obligados a llevar una vida de privaciones y adversidades sin cuento. La fatalidad rige sus vidas y quien no está amenazado por una madrastra malvada o el maleficio de una bruja, lo está por el vesánico apetito de un ogro.

La vida de los adultos no es a menudo más que repetición de su infancia, y basta cambiar ogro o bruja por hambre, desarraigo y guerra para que todo cuadre en tales relatos. Pero no hemos oído un “Lili y Howick somos todos”.  Los han dejado a su suerte. El burócrata holandés al que se encomendó ese expediente dijo esto: “El caso no me deja dormir, pero sería injusto y un agravio comparativo para muchos otros emigrantes, que hemos expulsado también”. Con el fin de dejar su conciencia tranquila ese hombre aseguró, con patente cinismo, que Armenia es “un país seguro”. Pero a Lili y Howick les importa Armenia lo que a la mayoría de nosotros Jauja, Babia, las Batuecas. Prefieren, como Unamuno, su vida cotidiana holandesa, en una casa de acogida, al paraíso armenio, más incierta aquella que este, pero real. Lili y Howick han entrado en nuestras vidas por una noticia de periódico y con  parecida celeridad han salido de ellas, dejándonos más huérfanos que nunca.

     [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 7 de octubre de 2018]

1 octobre 2018

Husos y costumbres

SE representa a las Parcas, desde antiguo, con un huso en la mano, dando a entender que  la rueca del tiempo no se detiene nunca, y que tanto como el futuro, van tejiendo el olvido de todo lo pasado. Quien ideó para el globo terráqueo los imaginarios meridianos fue un científico, pero quien dio el nombre de husos a los veinticuatro meridianos que parcelan el día en horas fue, además, un poeta. Lo hizo al  advertir que tenían estos la forma de un huso, o sea, delgados en los extremos y abultados en el centro, tal y como se comporta el hilo en los dedos expertos de la hilandera. Ese hombre acaso ni pensó en las Parcas, pero la poesía es eso: coincidencias felices que amplían de significación y de armonía el mundo.

Se ha abismado uno ahora en estas consideraciones vagamente metafísicas (todas en las que anda enredado el tiempo acaban siéndolo un poco), al hilo precisamente de la noticia:  Europa modificará sus husos horarios. Nadie sabe cómo ni cuándo se hará. Europa es extensa. Lo es España; mientras en las islas baleares es prima noche, en las canarias quedan aún dos o tres horas de sol.  Será difícil armonizarnos a todos. Cada cual tiene sus preferencias. Hay quien es partidario de los ritmos de la naturaleza, y procura levantarse y acostarse con las gallinas. También quien se activa con las tinieblas, como los gatos y las lechuzas (¿se comprende ahora por qué trae más prestigio la noche que el día?). Está el que asegura que el horario de verano le proporciona más luz solar, y por tanto, mayor alegría para afrontar la lucha por la vida y aquel al que indigna que le roben una hora de sueño.

Lo desquiciante, sin embargo, nos dicen los expertos, no es tanto vivir en uno u otro huso horario, sino que nos los cambien cada seis meses. Personalmente le gustaría a uno acompasarse con el de Portugal (e Inglaterra), fiado de que el huso civilizará algunas costumbres, haciéndonos menos gritones, más educados y discretos y atenidos a ceremonias un poco menos locas, como esa de comer a las tres del mediodía o cenar a las once de la noche. Nada cambiará sin embargo para la mayoría de nosotros: nos fascinará la luna en su cénit tanto como ver amanecer, misteriosos milagros, y el trasnochar con los amigos igual que el madrugar para “el trabajo gustoso”.

     [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 30 de septiembre de 2018]

23 septembre 2018

Galdós somos todos

EL verano pasado, 2017, acometió uno la relectura de los Episodios Nacionales. Empleo ese verbo, acometer, porque es el más apropiado para una tarea tan descomunal, la conquista de América de la literatura en español. Todas las tardes. En el retiro campestre, sin interrupciones, sin agobios, sin requerimientos enfadosos. Al llegar octubre la tarea quedó suspendida por los quehaceres del curso. Había traspasado, no obstante, el ecuador de la obra, y quedaron leídas las tres primeras series, treinta volúmenes. Este verano he reiniciado la lectura donde quedó interrumpida entonces, empezando por Las tormentas del 48, la primera entrega de la cuarta serie.
El propósito de volver a leerlos obedecía a diferentes razones. La primera quedó sobradamente justificada: lo que hemos leído en la juventud ha sido a menudo mal leído y, con mayor frecuencia aún, mal comprendido y olvidado: pocas obras hay en la literatura universal comparable a esta, y desde luego, ninguna que ataña tanto a un lector español, y aun hispanoamericano, como ella. La segunda razón tenía y tiene que ver con el proyecto de cierto libro sobre Madrid que traía entonces, y sigo trayendo, entre manos: el Madrid del siglo XIX es de Galdós como la  victoria de la batalla de Mühlberg fue del emperador Carlos. En este sentido las expectativas quedaron sobradamente cumplidas: sólo la relectura de El terror de 1824, una obra maestra absoluta que narra el triste final de Riego en la Plaza de la Cebada, a la altura de las grandes novelas de Galdós y de cualquiera, hubiera valido la travesía.
El lector que empezaba en 2017 esta relectura, cuarenta años después de la primera, era, claro, muy diferente de aquel. Aquel, recuerdo, y el recuerdo es vivísimo, estaba como abducido por las atmósferas creadas por Galdós desde la primera página de cada episodio hasta la última, fuese el Cádiz de Trafalgar o la carlistada del Maestrazgo, las intrigas de la Corte de Aranjuez o la vida popular de Madrid. Había algo en la narración que impedía que uno pudiera apartar los ojos del relato, como el niño es incapaz de despegar la vista de las manos del mago o del prestidigitador hasta que el truco no termina. Sólo que en Galdós se advierte desde el primer momento que no hay truco. Aquello que nos cuenta… es verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Una verdad muy machadiana (“también la verdad se inventa”) que ha hecho que los historiadores del siglo XIX hayan de recurrir a las novelas galdosianas cada vez que algo se les escapa u oscurece..
El lector adulto, sin embargo, cree que la vida le ha enseñado ya muchas cosas. Ha leído a los maestros de Galdós, a Balzac, Dickens, Hugo, Tolstoi, y espera desentrañar el mecanismo mediante el cual consigue embarcarnos, embaucarnos diríamos, en su ficción. Pero por más atención que preste, por más que siga atentamente las vicisitudes de sus relatos (esas mañas que le hacen contar las cosas unas veces como narrador omnisciente, otras sin salirse de los límites del yo, como sucede con este José García Fajardo, protagonista de la cuarta serie, que narra la vida en forma de un diario), por más que el adulto, seguro de su experiencia, se diga “esta vez no me engañarás, esta vez te sorprenderé con las manos en la masa”, las cosas vuelven a suceder de la misma manera que la primera vez que leyó esas novelas, en su muy lejana juventud. Porque en Galdós en realidad no hay truco. Todo sucede sin trampa ni cartón. De ahí la sensación que tenemos sus lectores: lo de Galdós no es literatura, lo de Galdós está vivo, es la vida misma, y en la vida no hay trucos, todo en ella es naturaleza que ha de relatarse de la única manera acorde con ella, quiero decir, con naturalidad. Nadie, ni Cervantes (si se me permite la herejía), ha logrado ser tan natural.
Veamos: casi cuatro mil son los personajes que creó Galdós, dos mil en los Episodios y mil ochocientos en sus Novelas contemporáneas. “Llevo una sociedad en mi cabeza”, escribió Balzac a una de sus amantes. Galdós pudo haber dicho: toda la humanidad viene conmigo, sin faltar un solo individuo. Porque además percibimos en la sociedad de Galdós, una sociedad humanizada, humanísima. Esto es lo que le acerca a Cervantes, al que no hay novela en la que no le homenajee de manera explícita, consciente: el amor, tan velazqueño, por todas y cada una de sus criaturas; incluso por aquellas más descacharradas o desatinadas, como el infante Carlos María Isidro, causante de la primera guerra civil española, siente Galdós una simpática misericordia: nadie es necio del todo por sí mismo, viene a decirnos el novelista, las circunstancias, la historia y la suerte tienen que ver en la dicha y desdicha de todos. Y esto hace que hasta los defectos o faltas de sus personajes estén presentadas casi siempre desde su lado… más fotogénico. Estoy seguro de que los personajes de ficción de Galdós, si pudieran decir cómo se encuentran retratados, dirían que bien. Y los reales, lo mismo. Que lo diga, si no, Isabel II, que recibió al novelista en su exilio de París, cuando este ya había publicado algunos de los episodios en los que aparecía ya toda su familia.
Acaso la mayor cicatería que los literatos españoles han cometido con Galdós haya sido valorar en primer lugar su tesón (“cuando elogian tu laboriosidad es porque no tienen nada peor que denostar”) y que, a diferencia de Cervantes, se le reconociese con fama, lectores y regalías. Todo para soslayar lo inexplicable, pues milagro es: su inmenso talento de narrador, su genio. El contar las cosas sin que se trasluzca el esfuerzo, el tesón, ni apenas el estilo. Claro, nos objetarán los enterados, que eso lo consigue con algunos… trucos. Por ejemplo: mezclar sus personajes de ficción con muchos otros reales, creando una especie de trampantojo fascinante. No se crea; el recurso es bien antiguo, y casi ninguno logra lo mismo (Clarín sin ir más lejos). El humor, finísimo, en cada página, tanto como saber (ciencia de poeta) que el toque de toda obra de arte es la emoción, y emocionar sin complejos del mismo modo que los hombres más hombres llegado el caso saben llorar es tan importante como hacer reíra ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽e.verdad se inventa”), personajes.glo XIX hayan de recurrir a sus novelas cada vez que algo se les escapa.nce, sin exp. Descubrir en cada lector lo que este tiene de loco (Villaamil), codicioso (Torquemada) o apasionado (Fortunata), y presentar las cosas con una sencillez tanto más clara, cuanto más profunda. El milagro del agua, a un tiempo transparente y sabrosa, y el mejor invento para combatir la sed.
El lector joven se fascinaba con las portentosas facultades de Galdós. El lector viejo, de 2017, de 2018, se asombra de sus habilidades para desaparecer él mismo de sus narraciones, y ocultar o disimular sus portentosas facultades. Se diría que en las novelas de Galdós no narra nadie, que la vida se narra a sí misma. Como esos coches que ahora están de moda, que se conducen solos, sin conductor. Sólo así se comprende que haya llegado tan lejos, sin descanso, día, tarde y noche. Llevando de un sitio para otro a esos cuatro mil pasajeros con sus vidas a cuestas. Sin el menor percance, sin explicarse tampoco ni el origen ni la naturaleza del milagro. Ese don le tocó a Galdós, y Galdós no lo traicionó. Y si formularlo así es retórico siempre, esta excepción confirma la regla: es verdad, Galdós somos todos. Escribió en nuestro nombre y para cada uno de nosotros, entonces, en el siglo XIX, y ahora, en 2018. Y de esto quiero dar sólo una prueba: cuando quiso escribir sus memorias, le salió un libro inane. Toda su vida se la había transfundido a esos cuatro mil personajes. No le quedó a él ni  a su biografía ni una sola gota.

   [Publicado en Mercurio, septiembre 2018]


17 septembre 2018

Los huesos del caudillo

SE habló mucho de esto en el verano. Los lectores de esta página acaso conozcan el interés de su autor por  los temas relacionados con la guerra civil y la memoria. Aun así jamás he querido visitar el Valle de los Caídos mientras Franco estuviera allí enterrado. Y me hubiera gustado, créanme, por razones de índole diversa (fui amigo de Herminia Allanegui y de su marido, el arquitecto don José Muguruza, hermano del que proyectó esa faraónica necrópolis), pero no lo hizo uno  porque entendía que cualquier visita a Cuelgamuros llevaba implícito el homenaje a uno de los enemigos más encarnizados de los principios de la Ilustración, que combatió con saña, sembrando el dolor y el cerrilismo allí donde puso su bota y sus decretos leyes.

Tengo amigos muy razonables que han defendido para ese lugar diferentes soluciones, incluso opuestas: quién, cree que habría que dejarlo caer; quién, que el dictador debería seguir enterrado allí, precisamente para recordar sus crímenes, y quiénes, en fin (yo mismo, en esta misma página, varias veces a lo largo de veinte años), que piensan que deberían sacarse de allí los huesos de marras y dedicar el lugar a centro de estudio y reconciliación, con el respeto debido a las miles de víctimas de ambos bandos enterradas en él. No es este el momento de dilucidar las dificultades que entrañan esas tres soluciones, sino de recordar que el gobierno, llevando el asunto por la vía del decreto ley, ha hurtado a los españoles y al Parlamento un debate en profundidad y abierto una casuística de locos (¿Cuántas nuevas exhumaciones vendrán después de esta? ¿No es razonable que los herederos de una víctima se nieguen a ver cómo los restos de esta han de reposar eternamente junto a los de su verdugo? ¿Permitirá la iglesia que la colosal cruz recuerde, si allí se hace un cementerio laico, según la última ocurrencia el presidente del gobierno impulsor de la exhumación, la salvaje represión de la que fue cómplice? ¿Se le puede imponer la cruz a los ateos y agnósticos allí enterrados?  ¿Permitirán los partidos de izquierda de hoy, herederos de los de ayer, que se recuerde su siniestro papel en la salvaje represión de retaguardia?, etc.). 

España tiene mil asuntos más acuciantes. ¿Por qué, entonces, tantas prisas? Como un buen populista, el presidente Sánchez conoce el valor de la publicidad, y necesita no la exhumación sino la resurrección de Franco. Franco no va a resucitar, claro, pero a Sánchez le vale su momia, como Evita a López Rega, el Brujo.  Y como éste, va a necesitar muchos trucos, porque los problemas del Valle de los Caídos no acaban aquí. Sólo han empezado.

    “Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 16 de septiembre de 2018]

9 septembre 2018

Animal de compañía

Imitando la simpática muletilla con la que nuestra  tricampeona badmintoniana Carolina Marín suele empezar sus respuestas en las entrevistas que le hacen en televisión, “te comento”: este ha sido el trigésimo cuarto verano que hemos pasado en Extremadura. En treintaicuatro años los hemos tenido variados, meteorológicamente hablando, benignos y extremos. En todos solemos sufrir entre diez y veinte días infernales en los que las piedras del campo se encienden como ascuas de una fragua, lo cual hace delirar a  dos o tres millones de chicharras que llenan de su estridor enloquecido el aire magmático. Este año, sin embargo, los 43º y 44º han durado apenas siete  días, o sea, ha sido un verano benigno.

No obstante, los telediarios se pasaron los siete días previos, los siete que duró el tsunami sahariano y los siete siguientes, informando al minuto con patente alarma y desde todos y cada uno de los ocho mil municipios españoles del modo de combatirlo, de los golpes de calor, de las víctimas... ¿Estaba justificado?

“Te comento”. A todos nos ha extrañado, de niños, ver a los viejos tan pendientes del tiempo en la tele, mandando guardar silencio a quienes tienen alrededor para no perder ripio de crónicas y pronósticos. Uno, como tantos, se ha reído hasta ahora de la manía valetudinaria, y si este año no lo ha hecho sólo puede ser por una de estas dos razones, o por ambas: me he hecho viejo o quieren que viva como tal. La primera providencia, desconfianza o insumisión fue buscar un termómetro para testar los partes oficiales. ¿Dónde? “Te comento”: las ópticas del pueblo ya no los expenden, pero gracias a Mao tenemos un bazar chino en todos y cada uno de los ocho mil municipios españoles. Había de tres tipos, con su alcoholito rojo. Si no se demencia uno por el calor, su fealdad se encarga de ello. Por suerte el precio está a la altura de su estética: 1,20€, 2,0€, 3,45€. Y aquí quería llegar. “Te comento”: colgado en un alcornoque, me paso mirándolo todas las horas del día, ¡incluso de noche! (luz de móvil mediante). Ha dejado uno de lado la cadena de explotación que hace posible que un termómetro, fabricado a miles de kilómetros, valga 1,20€, pero no de pensar, aterrado acaso por la premonición, en aquellos para los que el termómetro es un animal de compañía, su única compañía.

   [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 9 de septiembre de 2018]

4 septembre 2018

Tatuajes

“INTERIOR da tres meses a los guardias civiles para eliminar sus tatuajes”, incapaz de ordenarles que eliminen los lazos amarillos que están tatuando Cataluña de modo más lesivo, porque se trata de un espacio público, al contrario de los tatuajes que pueda llevar el benemérito Cuerpo.
(...) Horas después el ministro “ordena retirar el borrador que quería prohibir los tatuajes a los guardias civiles”, pero no se sabe que haya mandado hacer otro borrador que les ordene retirar los lazos amarillos, tal y como han hecho hoy los funcionarios del tribunal de justicia belga, donde los habían colocado los separatistas catalanes.

2 septembre 2018

Coches de punto

LOS taxistas están preocupados por su futuro, ven en peligro su trabajo, la manutención de sus familias, su modo de vida. Es natural. No les va a ser posible continuar como hasta ahora. El aluminio y el duralex acabaron con los alfareros. El nylon y el poliester, así como el prêt-à-porter, dieron al traste con miles de costureras y sastres, y algunos adelantos (lavadoras, aspiradoras, planchas eléctricas, frigoríficos, cocinas de gas) licenciaron de las casas burguesas, después de dos siglos, el servicio  doméstico. Implacablemente. Todo eso sucedió como quien dice ayer, en un soplo. Todavía recuerdo los cacharreros extremeños vendiendo en burros enjaezados sus botijos y alcancías por las calles de León, y ver lavar la ropa en el río a las mujeres de los pueblos, y el trajín perpetuo de los carboneros subiendo a los pisos sus grandes y tiznados cuévanos, como hacían cien años antes los aguadores de las grandes ciudades. Y no sólo en asuntos relacionados con la técnica. No poco contentos estarán los curas y monjas con el descenso drástico de sus vivares y caladeros.

En mi infancia no creo que hubiera en todo León más allá de media docena de paradas de taxis. Algunos seguían llamándolos coches de punto para distinguirlos de los coches de línea, por lo mismo que nuestros abuelos se resistían a contar el dinero en otra forma que no fueran reales y duros, y nada les apeaba de sus leguas y arrobas. La gente acudía a las paradas a coger un taxi. La costumbre de dar vueltas recorriendo las calles a la busca y captura de pasajeros fue posterior. 

Internet ha sido letal para algunas profesiones seculares: por ejemplo esta, el periodismo. Una cáfila de periodistas se ha ido al paro en todo el mundo. Internet ha conseguido que los viajes y el hospedaje se hayan abaratado tanto, que los sectores afectados, hoteles y taxistas, ven con alarma su futuro. Sin embargo, nada parece  de momento que vaya a frenar esa tendencia: mientras sigamos pensando que “como fuera de casa, en ningún sitio”, necesitaremos quien nos transporte y aloje. Podremos tratar de hacer  la transición lo menos traumática posible y regularla con leyes razonables, pero la gente, poco romántica, dejará atrás y para siempre viajes y hospedajes tradicionales, si le ofrecen otros que les convengan más.

   [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 2 de septiembre de 2018]

27 août 2018

Nostalgia de la ficción

LA nostalgia más venenosa es de aquellos hechos que nunca han sucedido, y los recuerdos más letales, los falsos. Una revista, Psychological Science, ha dado a conocer un estudio de resultados sorprendentes: el 40 % de personas tiene recuerdos falsos de su infancia  (de la cuna donde estaban, de sus primeros pasos, de tal o cual fogonazo en su memoria, a modo de impronta fugaz pero indeleble). La comunidad científica y la otra han recibido estos datos con la misma excitación que la noticia de que hay agua líquida en Marte. Y sin embargo era cosa sabida desde antiguo: el ser humano, principalmente el adulto, miente con frenesí. ¿Qué seríamos sin  decorar nuestro pasado con luces y sombras?

El 40 % de los “me acuerdo perfectamente” (una de nuestras muletillas preferidas) tienen la misma base real que el cuento de Pulgarcito. Pero al contrario que nuestros recuerdos infantiles, irrelevantes para el mundo, la gente, en proporción superior al 40%, miente con una gran desenvoltura, o propicia la mentira. Tomemos el sintagma que ha hecho fortuna en estos últimos años: “memoria histórica”. Se ha insistido una y mil veces en que los pueblos no recuerdan ni tienen sentimientos, que únicamente recuerdan y sienten las personas. Es inútil: hay quienes aseguran lo contrario, empeñados en hacer creer que los pueblos son como los individuos, y proyectan sobre el pasado sentimientos del presente y recuerdos falsos. A propuesta de los líderes del Partido Comunista Cubano, la palabra “comunismo” desaparecerá de la Constitución cubana que los mismos comunistas promulgaron hace más de cincuenta años. ¿Con qué objeto? Para que el pueblo olvide lo que seguramente recordarán durante un siglo millones de cubanos y sus familias, individuo por individuo. Las élites que contaron a su pueblo las ventajas del paraíso comunista hace cincuenta años, tratan ahora de que sus nietos olviden el infierno en que lo convirtieron (y de paso la persecución y vejámenes contra los homosexuales), obligándoles a vivir en él. Y la Psycholigical Science ha venido a advertirnos que el 40% de cubanos recordará que en Cuba nunca hubo comunismo o al contrario, que en Cuba sí hubo paraíso, probando que la memoria histórica es falsa, desde luego, pero muy rentable y pegadiza, como su famoso y salsero himno: “Que nos quiten lo mentido”.

   [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 26 de agosto de 2018]

13 août 2018

Vértigo

EL vértigo es un trastorno que en su estado agudo es angustioso. Hace quince años me encontraba en Cuenca por razones de trabajo, y sucedió lo que voy a contar. La noticia en la ciudad era aquel día la muerte de un adolescente, que, contrariado por las notas escolares, se había arrojado al vacío desde el puente de San Pablo. Alguien lo comentó durante el almuerzo. Me llevaron a continuación a mi alojamiento, en una de las famosas casas colgadas. Hubiera colgado al que se le ocurrió tal cosa. No pegué ojo en toda la noche, y pese a echar las maderas de las ventanas, experimenté por primera vez en mi vida lo que es el vértigo en realidad: el vacío parecía reclamar una víctima más. Fue espantoso. Durante tres meses viví alejado de los balcones de nuestra casa y subía las escaleras pegado a la pared, para evitar en lo posible el hueco y “la llamada del vacío”. 

Desde entonces el mal se ha atenuado mucho, pero no puedo evitar el tósigo cada vez que se me hace testigo de situaciones de vértigo, especialmente con niños. En muy poco tiempo hemos visto tres casos extremos. En Francia un joven sinpapeles  escaló por la fachada de una casa como Spiderman, y puso en salvo a una niña que pendía sobre el vacío. El Presidente de la República premió su gesta con la nacionalidad francesa. En Málaga los bomberos rescataron a una niña de cinco años que había logrado saltar los barrotes del balcón de un octavo piso y, agarrada a ellos por fuera, permanecía inmóvil. Y en Murcia un hombre recogió, mientras paseaba, al niño que le cayó literalmente encima desde un tercer piso.  

¿Qué les tendrá reservado el porvenir a esos tres niños que de forma tan azarosa han salvado sus vidas? Imposible separar su historia de la de esa adolescente ilicitana que sucumbió a un vacío tanto o más siniestro: el zarrapastroso gurú que respondía al nombre de Príncipe Gurdjieff. Ella y el resto de su mísero harén lo siguieron al corazón de la selva peruana, donde vivían de forma nada principesca. Delgada y quebradiza como un vidrio, con aspecto de niña y su bebé de un mes en brazos. Piensa uno en ella, pero sobre todo en ese bebé, y en todos los abismos que le esperan, verdadera mise en abîme, un abismo dentro de otro, como  en esa pesadilla en la que caemos a una sima sin llegar jamás al fondo. 

   [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 12 de agosto de 2018]

6 août 2018

El sueño de ser nadie

HA llegado uno a la conclusión de que a todos los viajes de más de cuatro horas les sobra la última, que suele transcurrir con una lentitud inversamente proporcional a la velocidad del medio de transporte: por ejemplo, en los aviones. Que estos tengan unas ventanitas angostas sin fallebas es precisamente para que los viajeros  no puedan abrirlas y arrojarse al vacío, desesperados de ver lo lentamente que transcurren los minutos en ese último trecho del trayecto.  Incluso en el siglo del Grand tour, el siglo que idealizó los viajes y a los viajeros, el mal estado del mar o la peligrosidad de los caminos hacían de cada desplazamiento algo sembrado de adversidades y penurias. Esto explica que el hombre haya tratado desde la antigüedad por todos los medios a su alcance y la ayuda de la ciencia y la técnica, exactamente desde la invención de la rueda, de acortar en lo posible el tiempo invertido en los desplazamientos, con portentosos resultados, desde luego, pero insuficientes. Quiero decir, que ese asunto de los viajes no acaba de estar resuelto de modo satisfactorio, ni mucho menos. 

Lo ideal sería, claro, la teletransportación. Recuerdo aún el impacto de los primeros faxes, anunciados en televisión: la foto de un caco, buscado por la interpol, enviada desde Tokio a Londres en apenas segundos. ¿Y para cuándo, nos preguntábamos  los idealistas, podrán hacer con nosotros algo parecido? 

Estamos al parecer más cerca de lo que podríamos pensar los escépticos, antiguos idealistas: unos científicos acaban de volver completamente invisible un objeto. Lee uno esta noticia esperanzado, y aunque los detalles queden lejos de mi comprensión, sé que ese es el camino: si la dificultad está en mover de sitio cuerpos pesados, no queda otra que quitarles, primero, la materia para poder mandarlos lejos a la velocidad de la luz, y  ya en destino restituirles sus tres dimensiones. Pero llegados a este punto, dando por hecho esa conquista, ha de confesar uno que quizá lo mejor fuese no abandonar el estado de invisibilidad y no alejarse mucho. La posibilidad de entrar en los despachos sin ser visto y asistir a los pactos y chanchullos, por ejemplo, entre políticos, justificaría toda una vida consagrada a la ficción.

    [Publicado el Magazine de La Vanguardia el 5 de agosto de 2018]

1 août 2018

Carmen Calvo y el Quijote

SÓLO he llegado en el canal 24h a las últimas palabras de Carmen Calvo, vicepresidenta del gobierno, en la toma de posesión del nuevo director del Instituto Cervantes, y ya lo siento, porque las demás habrán sido también sabrosas: "Yo quiero terminar diciendo que hay que proteger a don Alonso [sic], pero también a Sancho, y  a Aldonza y a Dulcinea [sic] porque no hay mejor cultura que la igualdad..."
Dejando de lado el fililí ese de mezclar churras y merinas, la igualdad y el Quijote, pasando por alto que Aldonza y Dulcinea son una misma persona (como Ortega y Gasset), se ha quedado uno lelo con ese "don Alonso". ¿Habrá leído el Quijote? No hay un solo don Alonso en todo el libro, y no es un asunto baladí (que rima con fililí), ya que a cuenta de los que usan el don sin derecho a él, se leen cosas muy juiciosas allí (don Quijote tiene derecho a llevarlo tras haber sido armado caballero en la venta, y lo lleva; el hidalgo jamás hubiera osado hacerlo, como ha osado esta señora). Se ve que piensa que llamarle don Alonso es más de izquierdas que llamarle Alonso a secas, como a Machado empezaron a quitarle el apellido algunos socialistas, dejándolo sólo en don Antonio (para distinguirlo de su hermano, al que, por ser de derechas, apearon el tratamiento, dejándolo en un raso Manuel), sin comprender que los títulos, nobiliarios o sociales, ni le inmunizan a nadie de la estupidez ni le hacen menos cursi. Pase que algunos llamen don Miguel a Cervantes (con don que tampoco usó jamás), pero llamar a Alonso Quijano, el bueno, don Alonso, es, qué duda cabe, de una cursilería que atufa.
Ahora sólo hay que esperar qué dirán todos aquellos que se mofaban hace dos semanas  de Dolores de Cospedal por una cita apócrifa del Quijote que esta había hecho no sé dónde.